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Del Urabá a la Nieve Por: Cristina Valdivieso

Era una tarde húmeda y calurosa, típica urabaense. Julián y Natalia, mis coordinadores, me habían invitado a una frijolada en su ranchito en El Reposo, una vereda que queda a unos 15 minutos en chiva desde Carepa, el pueblo donde yo vivía por esas épocas. Cuando me monté en esa chiva con su característica música popular a todo volumen, nunca me imaginé que ese viaje me llevaría meses después a montarme a un bus con 32 jóvenes de la región de Urabá rumbo a conocer la nieve en el nevado de Santa Isabel cerca de Manizales.

La invitación a comer fríjoles tenía un propósito muy claro: proponerme ser parte del equipo del proyecto que hasta hoy lleva el nombre de Del Urabá a la Nieve. 2 años atrás Julián y Natalia habían comenzado a soñar con este imposible de llevar a 30 jóvenes de la región de Urabá a conocer la nieve. En el 2015 lo intentaron pero no lo lograron, les tocó devolverle la plata a las personas que habían donado para la causa y decirle a los pelaos que el sueño, que para ese momento ya era colectivo, no iba a ser realidad -aún-. En el 2016 con mucho esfuerzo lo lograron. Hoy yo reviso los estados financieros de esa travesía y en serio no entiendo cómo lo lograron con tan poco dinero. Luego de todo el esfuerzo del 2016 juraron no volver a hacer la travesía. Para ellos significó un esfuerzo sobrehumano, y tengamos en cuenta que solamente vivir en Urabá y ser profesor en un contexto como ese, ya es una labor titánica.

Sin embargo, el proyecto es tan lindo y transformador para estos jóvenes que tanto se merecen experiencias de este tipo, que en el 2017 a Julián el soñador se le volvió a prender la llama de la ilusión. En este contexto, y en busca de un salvavidas, fue que Natalia me llamó a invitarme a comer fríjoles y a ser su aliada en esta locura.

Yo llevaba aproximadamente 2 meses viviendo en el Urabá antioqueño. Todavía estaba aprendiendo a ser profesora, todavía estaba conociendo a mis estudiantes y a su comunidad. No tenía que meterme en más cosas, suficiente tenía con dar 6 horas de clase seguidas al día en salones con aproximadamente 60 estudiantes con el ventilador dañado. Suficiente tenía con hacer visitas domiciliarias y dictar Pre- Icfes en las tardes. Sin embargo, este proyecto al que me estaban invitando me seducía un montón. La educación de aventura siempre ha tenido mil veces más lógica para mí que la educación dentro de 4 paredes –y con el ventilador dañado en Urabá–. Así que decidí aceptar. Teníamos que recolectar 20 millones de pesos 3 meses ¿cómo lo íbamos a lograr? Nidea...

Fueron meses de mucho trabajo, de mucho estrés, de hacerme la pregunta una y otra de vez de ¿por qué me eché esta vaina al hombro? De pensar en “que oso tener que devolverle la plata a todo el mundo si no lo logramos”, en “que triste tener que decirle a los pelaos que nuestro sueño no se va a volver realidad”. Fueron meses de trabajo incansable y faltando 2 días para que se cerrara la campaña de financiamiento colectivo que habíamos montado, yo estaba que botaba la toalla. De repente, alguien decidió donar 400.000 pesos y eso nos motivó a seguir luchándola hasta el final. Hicimos una fiesta en Bogotá que fue un fracaso. Fui absolutamente intensa con todos mis contactos de Facebook, Whatsapp, Instagram, el colegio, los campos de verano, la ONU, el club, la universidad, el conjunto, el edificio. Y al final, con donaciones de plata y sobretodo en especie de gente muy generosa (si usted, lector, nos ha donado en cualquiera de las versiones de Del Urabá a la Nieve le agradezco profundamente) ¡logramos nuestra meta y nos fuimos para la nieve con 32 pelaos!


Este año el proyecto cumple 5 años. Ya somos una manada de 20 profesores que hemos tenido esta experiencia transformadora. Hoy son 122 aventureros que han tenido la oportunidad de conocer un mundo completamente diferente a su cotidianidad. Que se han visto retados por la inmensidad de la montaña, lo que los ha obligado a auto-conocerse. Que han aprendido a trabajar en equipo, que han aprendido acerca de liderazgo colectivo y que hoy tienen una consciencia ambiental despierta y lista para lidiar con los desafíos que tenemos a la vuelta de la esquina, como por ejemplo, el cambio climático que implica el derretimiento acelerado del Nevado de Santa Isabel, el nevado que nos ha recibido y nos ha mostrado el alarmante retroceso de su borde de nieve año a año.

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