Siempre he sido de gustos nocturnos. La noche me había acompañado casi toda la vida. Durante mi carrera tenía que afrontar largas jornadas de estudio y siempre preferí el poder mágico de las veladas, con su silencio y misterio que me envolvía y se volvía más productiva. Pero, además, en mi tiempo libre, la noche me invitaba a la bohemia, la lectura, las largas charlas con amigos pero también las buenas rumbas alrededor del alcohol y mucho cigarrillo. Durante mi vida profesional (soy cirujano de cabeza y cuello) tuve muchos turnos nocturnos y me seducía estar en un quirófano operando personas víctimas de diferentes traumas; la noche conjugada con el poder del bisturí era la mejor droga y el mejor gusto.
El gusto por la bohemia me permitió conocer muchos mundos (mediante la lectura), tener diferentes amigos, compañeros de charla y enamorarme una infinidad de veces.
Pero desafortunadamente ese gusto tuve que “matarlo” o mejor ponerlo en cuarentena intermitente o aislamiento social. Hace 7 años afronte una crisis personal y de salud, mi vida no era la más organizada y mucho menos saludable, incentivada por este gusto que se combinaba con otros y creaban una pandilla peligrosa (alcohol, comida chatarra, sedentarismo e insomnio). Había aumentado de peso de forma dramática pasando la barrera de los 100 kilos, fumaba casi dos paquetes de cigarrillos al día, bebía cada fin de semana (era dueño con otros amigos de una discoteca) y tenía una pésima alimentación. Estos hábitos me condujeron a lo que en el argot medico se llama “síndrome metabólico” que no es otra cosa que decir que era un gordo con el colesterol alto, la presión aumentada y sedentario.
Con esta situación me “tocó”, así como decimos cuando tenemos que realizar una actividad obligada, adquirir otro gusto, el gusto del deporte. Inicié a realizar actividad física y a correr en el 2012, mientras lo hacía me reía pensando que una de las frases que yo les decía a mis amigos deportistas cuando madrugaban (4 am), que eso nunca lo haría, que si el deporte era salud, que lo hicieran los enfermos y que si madrugaba era porque había pasado de largo trabajando o rumbeando.
Cada día que pasaba este gusto obligado de correr me llenaba, descubrí la forma de organizar las ideas mientras lo hacía, me ayudó a moderar el mal genio, a ser más tolerante y además mejoró mi salud; pero desafortunadamente, no compaginaba con el gusto anterior porque tenía que madrugar, debía dormir bien y mínimo 6 horas.
Ahora hago triatlón de larga distancia, mi vida gira en torno del deporte, salud y familia. Y este nuevo gusto me ha llevado a romper límites que no conocía y a conocer otras personas, tener nuevos amigos y a motivar a otros para que lo adquieran; pero como buen exadicto aún extraño la bohemia.
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